Empieza la temporada de huracanes

Después de cuatrocientos días meciéndonos con el mar, trabajamos en el invernaje del Forquilla en Guatemala para darle un respiro durante la temporada de huracanes. Con ello, cerramos la primera etapa de este gran viaje.

Autora: Carmen DopicoVelero Forquilla

Punta Allen.

Llegamos a Cuba tras varios días de navegación exigente, con olas intensas y malestar a bordo. El embarazo sigue haciendo incómodas las travesías de altura, pero con junio a la vuelta de la esquina y el inicio de la temporada de huracanes, no quedaba otra que avanzar. El cruce desde Bahamas hasta Cuba nos enfrentó a una fuerte corriente en contra, que nos acompañó incluso hasta el sur de México, haciendo el trayecto más largo y duro de lo previsto.

Cuba ya me había robado el corazón años atrás, cuando tuve el privilegio de estudiar en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños. La recordaba con tanto cariño que temía esta visita. Sabina ya lo decía: “Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Pero era una parada inevitable y me ilusionaba profundamente volver, esta vez con el Forquilla, y poder mostrarle a mi familia este rincón del mundo tan especial.

La música en la calle en La Habana Vieja.
La música en la calle en La Habana Vieja.

Navegar en Cuba no es sencillo. Está prohibido fondear fuera de puerto, las tarifas son desorbitadas en comparación con la economía local y los controles son estrictos. La armada revisó minuciosamente el barco, tuvimos chequeo médico y nos precintaron el Starlink y el teléfono satelital. Ya nos habían advertido que los supermercados estaban prácticamente vacíos y que el país atravesaba una de sus peores crisis. Íbamos con las expectativas bajas. Pero Cuba sigue siendo Cuba… y, por suerte, sigue llena de cubanos.

A pesar de la crisis económica evidente —pobreza en cada esquina, basura acumulada—, disfrutamos cada minuto. Nos quedamos en Marina Hemingway, donde el trato fue estupendo. Tuvimos la suerte de conocer a varios locales, entre los que se encontraban May y su hijo Mateo, que nos hicieron una pequeña fiesta de aniversario del Forquilla en su casa.

El tiempo que estuvimos allí pudimos adentrarnos de lleno en su forma de vivir y sus costumbres. Sus colores y su música penetran en lo más profundo del alma. Sigo pensando que no hay lugar en el mundo como Cuba, y le deseo que su esencia permanezca intacta, porque es irrepetible.

Celebrando el aniversario del viaje del Forquilla.
Celebrando el aniversario del viaje del Forquilla.

Partimos de La Habana hacia un fondeo al noroeste de la isla para evitar un salto largo hasta México. El papeleo de salida fue, de nuevo, una odisea. En los cayos no queda del todo claro si está permitido fondear: algunos dicen que sí, siempre que no se desembarque; otros, que no. Nos acogimos a la versión más conveniente… y pasamos la noche en un paraíso solitario, completamente rodeados de naturaleza.

Nuestro siguiente destino fue Isla Mujeres, en México. Tras Bahamas (carísima) y Cuba (desabastecida), fue un alivio reabastecernos allí: precios justos y buena calidad. Desde allí fuimos costeando hacia el sur. En Punta Allen, nos adentramos en una reserva natural poblada de aves, delfines y manatíes. Un lugar sencillamente mágico.

Isla Mujeres.
Isla Mujeres.

Una noche, fondeados antes de cruzar hacia Belice, ocurrió lo inesperado: explotó nuestra olla a presión. Estábamos todos a bordo, muy cerca de la cocina. El estruendo fue brutal, el barco se llenó de vapor en segundos, no se veía nada y nuestro hijo gritaba asustado. Conseguimos sacarlo a tiempo. Nadie salió herido, pero el susto fue mayúsculo. La explosión lo cubrió todo de partículas diminutas de patata y carne, así que retrasamos la partida para limpiar sin parar durante días. Sospechamos que la sal obstruyó la válvula y eso provocó el accidente. Sin duda, fue el momento más aterrador del viaje.

Pasamos rápidamente por Belice. El tiempo apremiaba y decidimos dejar su exploración para el regreso. El país está repleto de islotes preciosos, pero el calado de la gran barrera de coral dificultaba encontrar buenos fondeos para el Forquilla.

Leo buscando cocodrilos en Río Dulce.

Finalmente, llegamos a Livingston, Guatemala, tras treinta horas de navegación. El acceso al Río Dulce tiene una profundidad de apenas 1,1 metros, menos de lo que cala el Forquilla.

Sin embargo, gracias a la ayuda de Héctor y su lancha, logramos inclinar el barco lo suficiente para cruzar la barra de entrada y adentrarnos en el río, que es mucho más profundo. Hicimos un envío de uno de nuestros cabos de tope de mástil a su embarcación; Héctor tiraba lateralmente para escorar el Forquilla, mientras nosotros manteníamos máquina avante. Así logramos atravesar los quinientos metros que nos separaban del interior del Río Dulce.

Camino a la marina en Río Dulce.

Hicimos el papeleo de entrada y pasamos la noche en Livingston, donde nos advirtieron de asegurar bien el chinchorro y las defensas, ya que son frecuentes los pequeños robos. Seguimos las recomendaciones sin incidentes y, al día siguiente, navegamos por el río: un espectáculo natural sin igual, entre aves marinas y hábitat de cocodrilos. Decidimos fondear a mitad de recorrido para saborear esa última noche de travesía.

Guardando las velas.

Al día siguiente, amanecimos celebrando el cumpleaños de nuestro hijo en ese escenario de ensueño, rodeados de naturaleza y regalos, con tarta incluida. Luego entramos a la marina, donde el Forquilladescansaría los próximos meses. Las marinas de Río Dulce están todas juntas, junto al pueblo. Los servicios son excelentes y más asequibles que otras opciones como Aruba o Curazao.

Durante tres semanas nos dedicamos a desmontar, limpiar y preparar el barco para su invernaje. Quitamos velas, cabos, defensas y todo lo que pudiera deteriorarse. Invernamos los motores y revisamos cada rincón del barco. Fue un trabajo diario intenso, bajo el calor sofocante del trópico, aliviado por los baños en la piscina de la marina.

Mandamos hacer una funda integral para protegerlo del sol y la lluvia. Dejamos las baterías activas con dos deshumidificadores funcionando las 24 horas y dos cámaras de vigilancia conectadas. Además, una persona irá a revisarlo una o dos veces al mes para mantenernos informados. Para nosotros era fundamental marcharnos con la tranquilidad de saber que el barco quedaba en las mejores condiciones posibles. Aunque Río Dulce es una zona muy bien protegida frente a los huracanes, el sol abrasador y las lluvias intensas de esta época son implacables. Además, nunca antes nos habíamos alejado tanto del Forquilla, ni en distancia ni en tiempo, así que cada decisión fue tomada con extremo cuidado. Nos fuimos con la satisfacción de haber hecho todo lo necesario para dejar nuestro hogar flotante bien preparado.

Cuatrocientos días después de comenzar esta travesía —casi por casualidad, pero de forma simbólicamente perfecta—, dejamos atrás el Forquilla, con el corazón encogido, rumbo a Ciudad de Guatemala. Desde allí, tomamos un vuelo a España, donde nos esperaban familia, amigos y la llegada de nuestro nuevo tripulante.

Ha sido un año inolvidable, lleno de retos, descubrimientos y aprendizajes que nos han transformado. Ahora, desde tierra firme, agradecemos a la Carmen y al Ori del pasado por haber dado ese gran salto. Parece que llevamos toda una vida viajando por el mundo a Pies de foto ordenados cronológicamente

El Forquilla en su posición de descanso con la funda para cubrirlo del sol y la lluvia.

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