
Navegar las Antillas Menores
Dos meses recorriendo las Antillas Menores de sur a norte nos han permitido asimilar la intensidad del cruce del Atlántico y disfrutar de la naturaleza en todo su esplendor, con sus colores vibrantes y texturas únicas.
Autora: Carmen Dopico, Velero Forquilla

Nuestra travesía comenzó en Granada, donde vivimos días frenéticos entre llegadas de compañeros de la ARC+, celebraciones y reencuentros llenos de emoción tras la gran hazaña oceánica. Nos encontrábamos allí cuando se publicó el primero de una colección de cuentos en la que llevamos mucho tiempo trabajando: Leo el Pirata, una historia pensada para acercar a los más pequeños a un estilo de vida alternativo, una vida conectada con el mar. Con el corazón aún acelerado por tantas emociones, decidimos zarpar y dar inicio a nuestro periplo caribeño.
Nuestra primera parada fue Carriacou. Al desembarcar, nos impactó ver la devastación causada por el huracán Beryl meses atrás: casas destruidas, comercios sin techo, supermercados con neveras inservibles y un campo de fútbol convertido en depósito de escombros. Aquel paisaje desolador nos dejó sin palabras.
De vuelta al barco, decidimos darnos un baño para relajarnos. Cuando Ori y Leo subieron a bordo, me quedé un rato más en el agua. Flotaba plácidamente, observando el fondo marino, cuando distinguí un movimiento repentino. Pensé que, por fin, vería mi primera raya, pero no. Era un tiburón de tres metros que se deslizaba a gran velocidad. No sé cómo, pero salí del agua casi caminando hasta el Forquilla. ¡Bienvenida al Caribe!
Continuamos hacia el norte, explorando Sandy Island, los Tobago Cays, Canouan y Bequia, auténticos paraísos donde celebramos la Navidad y el Año Nuevo. En los Tobago Cays conseguimos unas langostas para la cena de Nochebuena y, al día siguiente, organizamos una gran barbacoa en la playa con amigos navegantes. Buceamos entre decenas de tortugas y rayas en aguas cristalinas, un regalo para los sentidos.
Las distancias entre islas oscilan entre 10 y 30 millas, lo que hace que las travesías sean cortas pero intensas.
Los vientos alisios soplan con fuerza la mayor parte del tiempo y, debido a la geografía y nuestro rumbo, solemos navegar con viento de través, que en muchas ocasiones se convierte en ceñida con rachas de 25 a 30 nudos. Afortunadamente, las navegaciones no son largas. A partir de Barbuda, nuestro siguiente destino, pondríamos rumbo noroeste y afrontaríamos travesías más largas, con vientos portantes que nos devolverían la comodidad a bordo.

San Vicente y las Granadinas nos enamoró. Después de tanto tiempo en el mar, caminar por su exuberante vegetación fue un placer, cogimos la tierra con muchas ganas. Leo se bañó en su primer río y su primera cascada, visitamos las localizaciones de Piratas del Caribe y, por fin, empezamos a relajarnos tras la vorágine de los preparativos, el cruce y las fiestas navideñas. Poco a poco, nos dejamos llevar por el ritmo pausado del Caribe y lo disfrutamos mucho.
Nuestra siguiente escala fue Santa Lucía, donde fondeamos junto a los imponentes Pitons, dos majestuosas montañas que se alzan sobre una playa de arena fina. Nos sorprendieron sus baños de barro y su jardín botánico. Luego navegamos hasta Rodney Bay para presenciar la salida de la World ARC, una regata en la que 35 barcos zarparon juntos para dar la vuelta al mundo en 15 meses. Allí nos reencontramos con amigos, algunos participando en la regata y otros que, como nosotros, siguen un rumbo y un ritmo similares. La comunidad náutica nos hace sentir siempre acompañados.

Hasta este punto, lo que más nos había sorprendido era la escasez de productos frescos. Conseguir carne o pescado recién capturado, frutas y verduras en buen estado es casi misión imposible. Ir al supermercado es una lotería: un día puedes encontrar algo y al siguiente los estantes están vacíos. Esto nos ha hecho reflexionar sobre lo acostumbrados que estamos a la abundancia. También hay una gran oferta de restaurantes a precios meteóricos y algunos a precios razonables. Debido a nuestro plan de viaje, esta parte prácticamente la desconocemos porque comemos a bordo o nos llevamos a cuestas la comida en el siempre resolutivo táper. En general, la oferta de fondeaderos es buena, aunque hay zonas en las que solo puedes engancharte a una boya, con los costes que eso conlleva.
En estas islas, las náuticas son pequeñas y con poco stock y si hay que encargar una pieza, la espera puede ser larga.
Entrar en Martinica fue, en cierto modo, volver a Europa. Como isla francesa, dejamos atrás los dólares del Caribe Oriental y volvimos a pagar en euros. Aquí encontramos supermercados bien abastecidos y servicios casi idénticos a los de España. Aprovechamos para reabastecernos y disfrutar de buenos fondeaderos. Sin embargo, nos vimos atrapados unos días debido a condiciones meteorológicas adversas, con rachas de viento de hasta 35 nudos, por lo que decidimos esperar antes de continuar.
Dominica nos sorprendió por su naturaleza salvaje y la hospitalidad de su gente. Los lugareños no podían ser más amables, siempre dispuestos a ofrecer consejos y ayuda. Descubrimos lugares de ensueño, como las Red Rock y Batibou Bay, y navegamos por el Indian River, donde la jungla nos envolvió con su sinfonía de aves e iguanas. Fue aquí donde vivimos una de las experiencias más intensas del viaje.

Mientras visitábamos unas cascadas y le dábamos de comer a Leo, un hombre mayor se desplomó a nuestro lado sin pulso. Pedimos ayuda, pero los turistas alrededor parecían ajenos a la situación. Con la ayuda de un desconocido, realizamos maniobras de reanimación y logramos estabilizarlo, aunque al poco tiempo volvió a perder el pulso. Más personas llegaron al lugar, y nosotros, viendo a nuestro hijo en estado de shock, decidimos marcharnos.
Al bajar, nos cruzamos con la ambulancia y la seguimos hasta un pequeño ambulatorio. Allí encontramos al hombre tendido, con su esposa, una mujer alemana de 81 años que no hablaba inglés y a quien nadie explicaba lo sucedido. Con Google Translate hicimos de intérpretes y le dimos la noticia de que su marido había fallecido. La ayudamos en los siguientes pasos, conmovidos por su soledad. Nunca habíamos vivido algo así. Estar fuera de la zona de confort constantemente nos hace experimentar la vida con otra intensidad.

Nuestra siguiente escala fue Guadalupe, otra isla francesa. Aquí se nos averió el mando del molinete del ancla, lo que nos obligó a recorrer la isla en transporte público para encontrar un recambio. Lo que debía ser un trayecto de una hora terminó convirtiéndose en una odisea de 12 horas. Fue agotador, pero logramos nuestro objetivo, lo que en estas islas no siempre es sencillo: las tiendas náuticas son pequeñas y con poco stock, y cuando algo se debe encargar, los tiempos de espera pueden ser de semanas o incluso meses.

Ahora nos encontramos en Antigua, en Jolly Harbour. Después de dos meses fondeados, hemos entrado en puerto para descansar, limpiar el barco y reabastecer provisiones. Los vientos siguen soplando con fuerza, con rachas de 35 nudos, así que aprovechamos este respiro. Aquí hemos alquilado un coche y estamos recorriendo la isla por carreteras accidentadas y conduciendo por el otro lado: ¡todo es una aventura!
Nuestro plan para los próximos meses nos llevará a Barbuda, Saint Barthélemy, Saint-Martin, las Islas Vírgenes Británicas, República Dominicana, Islas Turcas y Caicos, Bahamas, Cuba, México, Belice y Guatemala. La idea es dejar el barco en Río Dulce para la temporada de huracanes, que va de junio a noviembre. Pero, como siempre, es solo un plan. Ya veremos qué nos depara el viento.
¡Seguiremos informando!
Sigue leyendo para conocer en detalle todo lo que Carmen y Ori nos enseñan cada vez que publican sus grandes aventuras: